En un primer momento, el convento se alojaba en la vivienda de María Navarro, donde había 9 monjas. Pronto se les hizo pequeño, y unos cuarenta años después de su fundación, las religiosas habían reunido el suficiente dinero para comenzar con ciertas garantías la fábrica de un nuevo convento.
El encargado general de la obra fue inicialmente José Mateo, fraile del cercano Monasterio de Piedra. José Mateo trazó las líneas generales de la edificación, contactó con los oficiales de construcción que fueron Manuel Gómez de la Rabilla, de Morata de Jiloca y Gregorio de Aguirre.
El 23 de marzo de 1687 se puso la primera piedra en el lugar del altar mayor, traída expresamente desde el Monasterio de Piedra. Se hizo una procesión desde la iglesia del hospital hasta el lugar de la fábrica, con la participación de los beneficiados de las tres parroquias, el vicario general y otras personalidades.
Mientras se realizaban las obras de este convento hubo un intento de fundación de otro convento en Maluenda, de Agustinos Descalzos, pero el obispo no lo autorizó. Algunos vecinos partidarios de los frailes echaron la culpa a las Carmelitas, lo que provocó algunas tensiones llegando a hostigar a los obreros del convento.
Todos materiales adquiridos para su construcción procedieron de la zona. La obra terminó en octubre de 1698 aunque todavía quedaba la edificación de la iglesia. Las obras de la iglesia comenzaron en mayo de 1762 bajo la dirección de Juan José Lipúzcoa y se inauguraron en abril de 1764.
En 1788 se contrató la construcción del retablo mayor dedicado a san José, al mazonero Cristóbal Salesa, natural de Borja. Con este magnífico retablo barroco, concluirían, después de casi 150 años, las grandes obras en el convento, adquiriendo ya su forma definitiva.
Poco a poco, desde su fundación, las monjas carmelitas se fueron asentando en la localidad. De una economía de subsistencia pasaron a la gestión de unas rentas que les permitió construir un magnífico convento.
Las principales fuentes de ingresos del convento eran las dotes de las hermanas que profesaban cuando tomaban los hábitos, las limosnas y las donaciones de particulares, las rentas agrícolas de sus propiedades, los censos y las capellanías que les habían dejado sus bienhechores. Aunque también durante siglos han sido famosos sus bordados, proveyendo de ternos, estandartes y demás telas litúrgicas a las iglesias de la localidad.
Este convento, que se ha mantenido vivo durante cerca de cuatro siglos, conserva sus instalaciones en perfecto estado. Actualmente conviven en él más de una decena de religiosas. Viven en austeridad, pobreza y oración. Trabajan abasteciendo de obleas y preparando la ropa y telas litúrgicas de la localidad y alrededores.
La iglesia es de planta de cruz latina con una nave de tres tramos cubierta, al igual que los brazos y el presbiterio con bóveda de medio cañón con lunetos y con un crucero sobre el que se sustenta una cúpula sobre pechinas. Carece de capillas laterales y la ornamentación es muy sobria con pilastras y entablamento de molduraciones rectas.
Destaca el retablo mayor de estilo barroco dedicado a san José. En el banco del retablo aparecen los escudos del Carmelo, su cuerpo principal se compone de tres calles en las que destacan las tallas de san José con el niño en el centro y santa María Magdalena de Pazzis y san Alberto de Sicilia en sus calles laterales. El cuerpo superior lo cierra por frontón partido. En los brazos del crucero hay varios retablos barrocos, todos ellos con la mazonería sin policromar excepto la talla principal, destacando las figuras de la Virgen del Carmen y la de santa Teresa de Jesús.
El claustro situado junto a la nave de la iglesia, en el lado del evangelio, tiene dos alturas con series de arcos de medio punto doblados, con impostas a nivel de antepechos y de sálmeres.
La pieza más interesante de las conservadas se encuentra en el interior del convento, es una escalera de planta imperial construida con pies derechos y barandillas de madera, también se conservan las cubiertas de madera de varios lados del claustro.
La fachada principal del conjunto recae sobre la huerta, con un muro de mampostería de tres pisos con huecos guarnecidos por rejas de forja y solana superior con celosía, sobre la que aparece una campanil de ladrillo con decoraciones de esquinillas y coronación del frontón. La cornisa es de ladrillo con dos filas de esquinillas y una intermedia de taqueado.
Sobre la puerta de la entrada principal se encuentra una inscripción tallada en madera, escrita en caracteres arábigos, que dice: «Toda persona que entre por esta puerta con devoción gana treinta días de perdón de sus pecados«.
Fuente: xilocapedia // maluenda.net